08 noviembre 2009

Carta 19.

Querida Verónica!


Tengo una deuda de tiempo y contestación a tu carta de junio. Aquí mis disculpas en fila de a dos.


Me gustó aprender de tu carta algo que sólo imaginaba y es que a veces las personas no se conocen pero se intuyen positivamente. Créeme que me pasa lo mismo.

Sé por tus palabras que buscaste mi libro por Granada sin éxito y ese fracaso tuyo es un regocijo mío extraño, de esos inconfensables. Simple: es difícil de explicar que alguien esté interesado en las cosas que un servidor tenga que decir y dedique de su tiempo una parte pequeña a buscar el libro. Porque que nos digamos cosas así, en mitad de la calle, frente a la librería de Alea Blanca, está bien, pero el poema escrito, el que tienes delante y citas, ése no rectifica, no tartamudea, no entona ni cambia de tema, se queda inmóvil donde se decidió que era definitivo y ahora, se mueve en tu lectura de nuevo, pero dice lo que dice, y no puede ser más de lo lo que es…


No sé por qué te escribo esto. Tampoco me preocupa demasiado. Sé que si no me entiendes con intuirme bastará. Me hablas en tu carta de ríos, y con el Darro hemos topado. Salto atrás en la memoria y me haces salir de casa y bajar la calle hasta el Paseo de los Tristes (he tardado un minuto) y escuchar esa mañana soleada granadina junto al río y maldecirte, sí, por sembrar el veneno de la nostalgia de nuevo.

Y que pasen cien años más sin entendernos en un verso, que recorreremos sólo un instante sin admirar a quien escribe porque no sabe hacer otra cosa y duda si alguien entenderá que lo que escribe tiene de incierto desde el inicio al fin.

Un abrazo

Ventura

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