22 diciembre 2008

Carta 03.

[En respuesta a la Carta 01.]

En Sevilla, a 22 y diciembre. 2008


Ventura, Ventura querido,

Esto es imposible, esto no puede pasarme a mí. Ay es que me pongo mala. Yo, que soy de natural despacioso, a veces llego a un punto en el que me pongo de punta, y le ensartaría un puño a este preciso momento por ponérmelo difícil. Te explico, te explico lo que ya sabes, o supones: Hace días que recibí tu carta. No quise leerla. Porque si te leo y al pronto no te contesto, siento que la letra no se me levanta luego de ese su modo, propio, de operar a través de una y sin mi permiso. Así que esperaba la hora, el momento de leerla y darme a continuación el tiempo mágico de responder, o mejor dicho, que la palabra así salida, en caño, te respondiera. Y luego ni limpiar el texto, no te creas, dejarlo y darlo así, loco. Me gusta escribir desde la enfermedad de los pechos, desde la inconsciencia, y que la cabeza o lo que sea esto de donde sale lo nuestro vaya más rápida de lo que yo voy,
Hoy me llegas en formato cibernético –los blogs esos, que a mí me parecen cosa imposible de manejar, nunca sabré, como tampoco nunca dónde tienen los coches el freno ni las grapadoras las entrañas que no sepan a cepo-. Que me llegó, decía, tu carta de esa manera, y entonces ya me dije, Carmen, dale, ten la valentía de leerla y contestarla al ras. Tal vez ahora no fuera el momento.


Lo digo sobre todo, lo del momento que no sé si es, porque el ordenador del tirón se me estropea, y el niño de San Ildefonso que hoy tributa esperanza se me mete entre tímpano y tímpano y así, cuando la electricidad de las yemas de mis dedos van a más y llegan allí, arribita de mí, me suena el móvil, y es el amante que siempre se deja la cartera en casa, que dónde está, que dónde, dios, se me ha perdido otra vez, Carmela, ¿no la habré dejado por ahí? y yo ya me desespero.

Digo nosés a todo, busco, reinicio, reivindico, meto otra vez las claves, encuentro la cartera y mientras, -lo noto-, las letras me atacan al páncreas. Agarro el boli y apunto tres cosas en un papel, por no extraviarte, Ventura, las palabras que te pertenecen.
No era la hora, pero ya no sé parar: te escribo.


Tendría que confesarte muchas cosas, Ventura, cosas que no sé si un blog aguanta en firme sin vencerse y hacerle un socavón a la mesa. No las dejaría de mencionar por mí, estoy segura, hace tiempo que no me asusta este espejo. Tampoco es por ti, ni porque el pudor ni cosas desas. No las enuncio por mis asuntos con los bajíos, las vibras y los runrunes: a veces dejo de decir sólo por cosa desta, que me importa. Lucho contra mi impronta inicial de pensar que a veces en el decir parece que algo se quiebra. Mis poemas están hechos de esas lascas.


Si no fuera por esto mío, te hubiera dicho ya hace tiempo que tu nombre me parece inmenso: Ventura. Que cómo no se me había ocurrido antes, tu nombre, para dárselo al protagonista de mis cuentos, a un libro, a una finca o a un hijo. Fue lo primero que se me vino de ti, tu nombre y lo traté desdeste paño en el que lo envuelvo. Que me llames Ventu, - me dijiste, y sí. Yo pido que en mi mesa, en casa amiga y bajo las sábanas, me llamen Carmela. Tienes derecho grande a nombrarte y a nombrar el nombre nuevo de todas las cosas. Pero Ventura, qué inmenso nombre, Ventura. Y yo sin decirte hasta hoy y por aquello lo de tu nombre.


Si no fuera por esto, te hubiera dicho hace ya tiempo que tuve la intimidad de conocerte por la letra, poco a poco, y que eres quien pone la atención y el cuidado en todo, plácidamente. No te suene rara, la palabra responsabilidad, pero has sido así: responsable con lo mío, exacto, delicado. Te doy las gracias. A mí, que me gusta hacerme muescas en la piel para que no se me olviden los festivos, tu responsabilidad para conmigo me viene bien.

Qué distintos somos, quillo, qué variopintos. De punta a pinta. Y sin embargo/. Y entonces/. Y por eso/. Pero hay algo bueno y verdadero –y valiente- que junta abajo.
Y si no fuera por todo esto, te diría, primo, que qué bien aquello de conocernos por la letra, antes de habernos visto. Porque eso fue lo de ir a verte a Granada, aquella vez, un estarse luego a gusto. Desconfía, Ventura. No de la letra, -que tan auténtica como falsa puede ser, depende del labio y la ralea del que la toma-, sino de las cacharras cibernéticas. Que te pueden traer a la fría pantalla calores que no lo son. Ahora, esto no, esto de haberse conocido y apretado el uno a la otra contra el pecho deja todo bocarriba. Ahí no hay fallo. Lectura aurática y de cerca, que llama a eso mi hermano David Eloy Rodríguez.
Todo esto que te cuento viene a ser asuntos que parecen “personales”. Y no. Que me saben a mí estas cosas tan colectivas y participadas que, si no fuera por el defectillo este que tengo de no estar en posesión de la verdad, declararía universales.


Hablamos de letras si tú quieres, por responder algo certeramente de tu carta: Minimás, ese libro de poemas de un solo verso que acabo de sacar. Las llevo escribiendo, las minimás, desde que era otra, aquella de las trenzas largas que vivía en un bajo, cuando Madrid. Allí salieron a pares, y publiqué algunillas. Y entonces me dijeron, dale a eso, que tienes buena letra. Me lo dijeron bastantes gentes. Y claro, yo en vez de vivirlo me jiñé y me metí en una mierda de vida que por pocas si no/. Y de ahí salieron las minimás más tristes, el desuello que me servía de alivio, las cosas de ser sola y dura y contra. Y después, cuando la vida, me salieron más y más minimás, y así hasta hoy. Sólo las tenía que recoger y recoger bien. Sé que me faltan muchas, que quedaron perdidas en cartas/ en conversaciones/ en sueños. Pero sí, en ese libro están las que me nacieron contigo, en nuestras cartas. Tú las sabes.

Hablamos de ESCARCHA. Ahora que lo escribo, se me viene que esta noche he soñado con Chato, el bailarín. A este grupillo de poesía, danza contemporánea y percusión nos ha juntado el decirnos: que me encontré al bailarín una noche en un bar y le dije que me gustaba lo de su cuerpo moviéndose y que se viniera conmigo y así fue que nos fuimos juntos al día siguiente a los madriles; que nos encontraron los músicos y les pedimos una tarde que nos tocaran y nos dijeron que le gustaba lo nuestro. Y así salió. Y así vamos.
De lo tuyo, déjame decir un rato de lo tuyo. Que cómo pudiste, que cómo te enrolaste en la armada granadina, y te inventaste la forma de estar allí. Esa fue la pregunta de tantos. Y tú con tu respuesta: soy de sumar, yo me cago en las restas –dijiste, o algo así (a palabrota es mía, tú eres más fino). Y esas fueron tus ganas, y eso hiciste y creo que hiciste bien.
¿A ti te hacían de chico en la cara eso de esto es lo fácil-esto lo difícil? (Bueno, si no te lo hicieron, te lo explico en otra carta, o por los teléfonos). A ti te gusta lo complejo, y eso a mí me pone, mucho. Porque el Machado, usted se me fue una tarde a hablar con Machado y casi no ha vuelto. Eso es, ahí estás. Me alegra hasta que te encasquilles en ello.
Cuéntame tú pronto de tus ahís. Invéntese cosas, pensemos en la acción, accionemos pensares. Sé que en breve te dejarás los poemas en no sé cuál escenario. Dele, una, reúna. Estaré cerca, participaré, celebraremos juntos.


Cuántas cosas. Debo dejarte. Creo que esta carta tiene una pata más larga que la otra, y que le falta la cabeza por pintar. Pero y qué. Esta carta es carta de cariño y, coño, de la palabra-pespunte en vida, y de ti y de nos.
Dale a Eli los besos, dale a los Sopa de Poetes (a Mariano, a Óscar, a Pepe) las gracias, porque fueron excusa no escasa para todo lo que vino después.


Carmen.



PD: aquí no llueve, sur de sol. Quisiera tronar.

1 comentario:

MGJuárez dijo...

¡Ains! Carmen, ¡qué bien hilvanas! y después te sale la costura así de bonita, con esa palabra-pespunte uniendo -sumando, como le dices-, qué bella filosofía esta labor de cartas, te sale ¡bordao!

¡Mucha felicidad!
Montse.