17 octubre 2009

Carta 18. In memoriam.

Barcelona, 16 de octubre de 2009.



Julio, amigo. Ya no estás.

No sé si la carta que me enviaste hace escasas semanas era para publicarla en este epistolario o si no, si simplemente querías que esas cuantas líneas fueran tu manera de justificar el silencio de los últimos meses, de esta distancia física que separaba nuestra Granada de nuestra Barcelona. Te lo pregunté pero no llegó a tiempo la respuesta.

Déjame decirte que eres mi primer muerto en Granada. Y eso me enseña que la ciudad me pertenece ahora un poco más. Ya sé que hablo de la muerte con brusquedad en esta frase, pero no quisiera disminuir el dolor de la pérdida. No es la palabra la que hiere, sino la ausencia que encierra. A la muerte se le habla con sinceridad. Tú lo entenderías.

Las ciudades que se saltan las reglas, las que ahogan la emoción, las que son vida, muerte y reencarnación, ésas son las ciudades que nos pertenecen definitivamente. Tú ahora me perteneces para siempre y sé que Granada también. No sabes cómo te lo agradezco. Eso te lo debo a ti.

Uno no espera nunca el helado viento que recorre la carne y detiene lo insignificante de a diario para decirte lo que no uno no desea oír jamás.

Corro a la librería, busco tu libro, abro las primeras páginas y aparece tu dedicatoria:

Like a bird on the wire
Like a drunk in a midnight chour
I have tried in my way to be free

(Bird on the wire, L. Cohen)


Y luego me llamas amigo, poeta, te alegras de haberme conocido y me llamas “rara avis” y entonces sonrío, y sé por qué lo dices… Insistes, siempre amigo sincero, dices como despedida, y le doy la importancia de un templo a esas tres palabras. siempre, amigo, sincero…

Voy al comedor, busco en la bolsa, saco el libro de Mishima y releo el fragmento en el que habla de la reencarnación. Enciendo el incienso y la vela esperando guiar así tu alma errante hasta aquí. Cone le tiempo aturdido me siento a esperar. Tengo entre 7 y 77 días para saber en quién te reencarnarás, y aguardo, en la letanía de tus versos, en la piel de tus meses.

Busco el poema dedicado al mes de octubre y leo:

(…) Pero tú, al final del pasillo de los meses
me esperas tranquila y poderosa,
segura de llevarme cautivo y sin regreso
por esta última tarde de octubre.


Me acuerdo de tu Carmen. Ella te llora en desconsuelo ahora. Me lo ha dicho Marta. No podrá olvidar el mes de octubre.

Me repito cien veces que teníamos una amistad especial a pesar del poco tiempo compartido. Cinco veces lo repito y cien veces te revivo.

Tiro atrás, hacia las cosas que apuntalan sin dar voces. Recuerdo como después de leer mi “Alas de insecto” viniste a mí para agradecerme el libro. Me contaste que en un viaje de visita a tu hijo, con tu exmujer, leísteis el libro y los poemas golpearon la conciencia, sirvieron de reflejo de algo muy vuestro. No sé si supe decirte lo que tus palabras causaron en mí, si supe agradecerte la generosidad de contarme lo íntimo, lo que ponemos cerca de la sombra.
Y hablamos mucho de aquello y poco o nada de poesía.
Quiso la voluntad del que da forma a nuestros argumentos, que fueras una de las últimas personas que viera el día antes de abandonar Granada. Y precisamente ese encuentro casual, cerca de casa en el Paseo de los Tristes, tenía mucho que ver con lo que nos unió, con aquello de lo que tan sentidamente hablamos. Vi en tu mirada cierto orgullo de padre y una extraña alegría por la oportunidad brindada de conocer a tu hijo. Nos deseamos suerte mutua, dejamos en el Darro varios consejos para la vida, y no volvimos a vernos.

¿Qué hubiera pasado si por causas del azar, la persona que tenía que haber leído aquel jueves de abril en la Senda de Oro no hubiera fallado desarmando así la oportunidad de hacerte el hueco del que ya no disponíamos para ti entre los poetas que leerían? Estamos unidos por azares preciosos.

A tu manera has intentado ser libre, como Cohen.

Y en esa carta que me envías junto a los teléfonos que había perdido me cuentas tu lucha contra la muerte. Nombras el archivo adjunto con “Querido y añorado Ventura” y el título ahora rechina en mis dientes y me estremezco. “No he querido darle mucha publicidad entre los amigos” me cuentas, “Quien lo sabe, me pregunta. Quien no lo sabía desde el principio, lo va sabiendo ahora”.

Lamentas además no haber tenido el tiempo, las fuerzas de escribir alguna carta para el Epistolario. “Recibe la fuerza de mi amistad y mi cariño” me escribes y lo que pasaría por una mera formalidad, se torna en profundo dolor.

Un día de estos te llamo, te había escrito yo. Y no lo hice. Es mío ahora el lamento de las cosas que tendrían que haber sucedido y no lo hicieron. Pero ahora lo hago, con esta carta y estos versos que escribí hace solo unos pocos días que ahora son tuyos:

Este aroma,
el incienso buscando el todo
y destinado a la nada,
esta fragancia
ascendente,
te orienta por siempre
hacia mí.

El poema es más extenso, querido Julio, pero no he escrito todavía lo que sigue.

Siempre amigo sincero,

Ventura

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