Barcelona, 23 de diciembre. 2008.
Querido Antonio,
Que la amistad y el respeto ni se compra ni se vende lo sabemos. Por eso no tenemos mercaderes a los que echar de nuestros templos. Somos el copyleft de la amistad recién estrenada, como quien dice, ese olor que tienen los coches nuevos o el plástico envoltorio de todo lo que se inaugura y a lo que los nostálgicos enfermizos (como un servidor) nos agarramos para no dejar marchar la génesis de las cosas. Todo esto hasta que uno deja marchar la sorpresa inicial y permite evolucionar las cosas naturalmente, y se planta a ver su fluir. Así yo contigo. Fluimos.
Esta carta ahora responde a mi voluntad de escucharte, de leerte, de tener tu palabra aquí. Dices que no eres poeta, que no escribes y yo sospecho que sí, pero que no enseñas. Además, eres profesor, maestro y claro, yo quisiera serlo, espero, lo antes posible. Te escucho hablar de tus chicos y chicas, cuentas anécdotas, te sientas en la misma mesa que algunos de tus alumnos – ahora grandes poetas como el bueno de Mariano Martínez y me pregunto qué profesor seré yo, qué profesor has sido tú. Pepe Maiques me habla de ti y te imagino en el aula, entre lo serio y lo simple, o te veo corrigiendo a esas horas intempestivas a las que levantas la persiana de tu día y enciendes la cafetera y navegas un rato por internet. ¿Qué profesor serás? ¿Qué profesor seré? Y luego invitas a otro enorme, al artista, al Leonardo del Prat, Òscar Solsona, a hablar a tus chavales de eso tan raro que es la poesía, y sabes que es caballo ganador, que òscar les dejará la losa de la duda en sus adolescentes cabezas desbordantes. Hablas de tus alumnos con respeto y eso me gana. Se habla de la falta de respeto al profesorado y poco de la falta de respeto al alumno. ¿Cómo son, Antonio?, háblame de ellos, de ellas. Cuéntame, cuando puedas, qué es eso de los libros de texto, las generaciones, los movimientos literarios, ¿cómo se enseña la literatura? ¿Cuál es la clave?.
Yo recuerdo a Ana Orta, mi profesora en el instituto de literatura española. Era una mezcla entre Francisco Umbral y Camilo José Cela, exquisita en la mala leche y en la ironía por partes iguales. Recuerdo aquellos primeros versos de Lorca, Salinas, Cernuda…
Fue un placer el encuentro del otro día en El Prat. Seguiremos hablando de Italia y de sus vinos.
Un abrazo
Ventura
4 comentarios:
como siempre, muy emocionante, amigo.
mariano
Yo también puedo hablarte de este gran hombre y maestro. El mejor profesor q he tenido, culpable en sumo grado de mi afición a la literatura.
Cuando me invites a 1 café te cuento más
Besos, Marta
Vaya coincidencia, Marta! qué bueno! El Ezpe!!!
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