CARTA
A DON ANTONIO MACHADO
Barcelona, 22 de febrero de 2014
Querido
maestro;
y
decir maestro referido a usted es referirse a varias de sus
acepciones: “Persona
que enseña un arte, una ciencia, o un oficio, especialmente la que
imparte el primer ciclo de enseñanza”,
que en su caso sabemos que coincide con su dedicación a la enseñanza
del francés, y por otro lado,aquella acepción que dice: “Persona
que ha adquirido una gran sabiduría o experiencia en una materia”,
y pienso que la materia podría ser no sólo la literatura sino lo
que hay antes de la literatura y se me antoja imprescindible para esa
recreación: la misma contemplación de la vida.
Escribo
esta carta por admiración, por puro placer de conectar con su obra
desde mi, por egoísmo, pero sobre todo por agradecimiento, por el
regalo que su obra significa en mi concepción de la vida.
En unos
días estaré frente a su tumba de nuevo, vida/muerte, ajeno a las
banales polémicas sobre si usted debiera estar enterrado donde está
o devuelto a Madrid como defienden algunos. No entiendo bien por qué,
en el supuesto de traer de vuelta sus restos mortales, debiera ser
Madrid quien acogiera su reposo si quizás para usted el balcón a la
eternidad estaría más cerca de Sevilla donde fuera infancia, de
Soria, donde amara y fuera amado, o de Segovia donde volviera a amar
esta vez sin tanto éxito. Uno debería morir y descansar donde amó
la vida, esa es mi opinión al respecto, y sé que en Madrid usted
también fue feliz y que nunca quiso salir de allí a pesar de la
amenaza de la Guerra. Probablemente no sea para usted un problema que
soliviante su descanso, convencido yo de que de donde no quiere que
le arranquen es del mismo cielo donde ahora se encuentra con su
querida madre y hermanos, con Leonor y donde antes de entrar, le
dieran un tirón de orejas por algunas de sus dudas y reproches. En
la puerta del Cielo alguien abrió un libro señalando algunos
versos:
Señor,
me cansa la vida
y
el universo me ahoga.
Señor,
me dejaste solo,
solo,
con el mar a solas.
*
Señor,
ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye
otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu
voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor,
ya estamos solos mi corazón y el mar.
Pero
era de entender, maestro, perdonable incluso la duda, el
cuestionamiento. Uno nunca acaba de aprender a situarse frente a la
muerte. Leonor enferma en París y nada se puede hacer por ella. Ese
dolor inversamente proporcional al amor que sintiera por ella le
lleva al vacío, la soledad es insostenible desde ahí:
Soledad,
sequedad.
Tan
pobre me estoy quedando,
que
ya ni siquiera estoy
conmigo,
ni sé si voy
conmigo
a solas viajando
Eso
lo sabe San Pedro e imagino que Dios, a quien no tengo el gusto de
conocer en persona.
Recuerdo las palabras de Abel Martín
recordadas por Juan de Mairena: Un
Dios existente – decía mi maestro – sería algo terrible. ¡Qué
Dios nos libre de él! Y
el mismo Mairena anunciaba a sus alumnos el contenido de la lección
del día siguiente:
“La lección 29. “De la posible inexistencia de Dios”
He
seguido su rastro geográfico, don Antonio, sus itinerarios vitales.
Una identificación con su persona me ha llevado a seguir sus pasos
por el país que defendiera con pasión y que años después, aquí
en mi querida tierra catalana, en mi íntima Barcelona, en mi casa,
fuera probablemente esa defensa, motivo para que Barcelona rechazara
la participación de la ciudad en la Red de Ciudades Machadianas
(integrada por Sevilla, Soria, Segovia, Baeza, Rocafort y Colliure).
Quizás
no debería decirle esto, pero a mi me causa dolor que mi ciudad, por
razones políticas obvias, no le de importancia a su paso por esta
ciudad. Si bien en su biografía, haber vivido en Barcelona, en el
Hotel Majestic del Passeig de Gràcia durante casi nueve meses no
haya significado gran cosa, es un hecho relevante en mi opinión por
su simbolismo, al ser el último lugar estable antes de verse
obligado a salir de su país, de manera triste y dolorosa, junto con
otros muchos catalanes, cruzar la frontera y morir en el intento. El
primer paso hacia el desarraigo, un momento crucial en lo que todavía
no se imaginaba sería el final de sus días.
Las ciudades
deberían ser agradecidas con sus habitantes, incluso con aquellos
que están de paso. He rastreado los artículos que escribiera desde
la habitación de ese hotel frente al que me detuve la otra noche a
contemplarlo como si estuviera usted dentro, como si fuera a salir a
tomar el fresco en cualquier momento. Le cuento con cierta amargura,
que vi en televisión – imagino que alguien le habrá hablado ya de
qué es eso de la televisión – que los dueños del Hotel han
tenido la maravillosa idea de rebautizar con su nombre una de las
suites del hotel. El dueño parecía orgulloso de que la minuta por
dormir una noche alcance los mil trescientos euros a pesar de admitir
que ni siquiera ésa era la habitación donde usted residiera, que la
suya era más pequeña y modesta. Fantástico homenaje muy en su
linea de pensamiento,¿ no cree, maestro? . Imagino la opinión que
eso le merece. Probablemente alguna sorna haría justicia en su boca.
Las cosas no han cambiado mucho por aquí ni por allá. Siguen
vigentes, más que nunca sus versos:
Fue
un tiempo de mentira, de infamia. A España toda,
la
malherida España, de Carnaval vestida
nos
la pusieron, pobre y escuálida y beoda,
para
que no acertara la mano con la herida.
Muchos
no sabrán que usted llego a publicar artículos en La
Vanguardia y que
los reuniera bajo el título de Desde
el Mirador de la Guerra y
donde cuenta cosas sobre la condición humana y la guerra. Dice usted
cosas de mi tierra y su cultura que dicen mucho de usted y de su
talante, se le nota cierta necesidad de agradecer a la ciudad que le
acoge en su itinerario de huída.
En
esta egregia Barcelona – hubiera dicho Mairena en nuestros días-
perla del mar latino, y en los campos que la rodean y que yo me
atrevo a llamar virgilianos, porque en ellos se da un perfecto
equilibrio entre la obra de la Naturaleza y la del hombre, gusto de
releer a Juan Maragall, a Mosén Cinto, a Ausias March, grandes
poetas de ayer, u otros, grandes también de nuestros días.
Le
pido disculpas en nombre de la incultura y la ceguera política, don
Antonio. Entiéndalo, usted pronunció demasiado la palabra España y
por aquí a nuestros gobernantes les incomoda un poco esa palabra.
Probablemente no le hayan leído, como usted sí leyó a los grandes
poetas catalanes, y no sean capaces de ver más allá de esa palabra
y no sepan que una persona como usted, al margen de banderas, de
idiomas, con su talento y su bondad, es una buena imagen para la
ciudad, un ejemplo y una fuente de aprendizaje. No hay más ciego que
el que no quiere ver. “¡Hay
que vivir! . Es el grito de bandera, siempre que los hombres se
deciden a matarse”,
escribía usted. Esa fuera su bandera más importante. Si uno no cree
en lo que limita ¿Dónde traza uno sus fronteras, querido don
Antonio? Y usted me respondería:
Nunca
traces tu frontera,
ni
cuides de tu perfil:
todo
eso es cosa de fuera.
Busca a tu complementario,
que
marcha siempre contigo,
y
suele ser tu contrario.
Permítame
abrirle otra herida – sé que ésta no me lo perdonará – en
Madrid rechazaron también la participación en esta red de ciudades
machadianas todavía de forma más esperpéntica: alegando que “ya
tienen muchos poetas”.
Esto lo escuché en una mesa redonda de boca del Leocadio Marín,
alcalde de Baeza, que todavía no se había sacudido el asombro. La
estupidez es universal, don Antonio y me imagino que si conociera a
la pléyade de facinerosos que gobiernan el Ayuntamiento de Madrid,
no le sorprendería que nadie moviera un dedo por un republicano.
Rosa
Regàs hablaba sobre usted con pasión hace unos días. Lamentaba que
el Instituto Francés en Barcelona hiciera más por mantener viva su
figura que muchas otras entidades nacionales, y se lamentaba de que
no estuviera presente en la escuela. Una profesora entre el publico
intervino para llevarle la contraria en este último aspecto y para
dejar constancia de que sí se le estudia en las aulas.
Pero
yo me pregunto cómo, don Antonio, basándome en mi propia
experiencia. En mi caso no acabé de conocer la verdadera
trascendencia de su obra hasta no cursar un doctorado en Granada
pasados los treinta años. Pienso que si la vida no me hubiera
llevado a Granada, todavía ignoraría la verdadera relevancia de su
legado. ¿Cómo enseñamos nuestra cultura, maestro, cuándo estamos
realmente preparados para entenderla?
Ahora
cambio de tercio, que no quisiera parecer un cascarrabias, y
atendiendo a sus palabras, “nosotros
no hemos de incurrir en el error de tomarnos demasiado en serio”,
me atreveré a no tomarme muy en serio ni a mi mismo ni a los demás
y volveré a la narración de aquello que me une a usted,
desatendiendo lo que me desune con los míos.
Le
quería contar que estuve en aquel patio de Sevilla imaginando su
infancia, alegrándome por la curiosa cifra de cien años que separan
nuestros nacimientos, paseando por Triana, el barrio de su madre, el
barrio de su infancia, sabiendo de su padre, don Antonio Machado
Álvarez, Demófilo, conocido por ser el primer investigador del
mundo del flamenco, el mismo barrio de su hermano Manuel, el gran
desconocido y sin embargo igualmente talentoso.
Por
aquellos años estuve también en Soria y recorrí el Duero hasta San
Saturio, deteniéndome en la ribera para comprobar que “El
Duero, corre, terso y mudo, mansamente”
y levantar la mirada del libro y ver ese manso río y acordarme de
Heráclito, tomar algunas notas, y aprender que yo tampoco sería
nunca el mismo río.
cruzar
el largo puente, y bajo las arcadas
de
piedra ensombrecerse las aguas plateadas
del
Duero.
En
Soria el amor.
Conmigo
irás mientras proyecte sombra
mi cuerpo y quede a mi sandalia
arena.
-¿Eres la sed o el agua en mi camino?
Usted
no tiene por qué saber que yo conozco bien Baeza, que he visto los
olivos fascinado, que he respirado el intenso olor a aceite, que he
visto esa mezcla de ciudad castellana y andaluza y que conozco su
belleza. Usted estaba demasiado triste para verla.
Incapaz
de ser feliz en Baeza, a ver como destacaba su alcalde, la belleza de
la ciudad, usted tan dado a detenerse ante lo bello; el mar de
olivo, como yo los vi, como yo pude ver la niebla cubrir ese manto
verde y mezclarse con el olor penetrante del aceite, contemplar los
cerros de Úbeda. Si que dejó por escrito el mar de olivos que la
rodea:
Desde
mi ventana,
¡campo
de Baeza
a
la luna clara!
*
Campo,campo,
campo
Entre
los olivos,
los
cortijos blancos.
Y
la encina negra,
a
medio camino
de
Úbeda a Baeza
*
Campo
de Baeza
soñaré
contigo
cuando
no te vea
El
recuerdo del amor perdido, probablemente la incredulidad, el rechazo,
el enfado, la pena. Todas las etapas del llanto, siete años en
Baeza, los días malos:
Los
olivos grises,
los
caminos blancos.
El
sol ha sorbido
la
calor del campo;
y
hasta tu recuerdo
me
lo va secando
este
alma de polvo
de
los días malos
Recuerdo
con claridad el día que visité en Baeza el aula donde usted
impartía clases, notando su presencia y la del mismo Federico García
Lorca en su viaje de estudios. Federico, con quien le uniera una gran
amistad, y a quien usted le dedicara un poema elegíaco “El crimen
fue en Granada”, me llevara a mi a Granada donde podría por fin
conocer su obra un poco más a fondo.
En
Segovia estuve también. Una humilde pensión de maestro de escuela.
Como en Baeza. Ya la herida curada, su corazón vuelve a latir.
Guiomar, mujer casada, amor o juego. Sus viajes a Madrid. Todo
avanza, la ciudad cambia a una velocidad imparable. La vieja Castilla
del 98 ya no se canta. Jóvenes poetas publican nuevos versos: García
Lorca, Alberti, Salinas, Guillén, Cernuda, la Residencia de
Estudiantes, La Institución Libre de Enseñanza. Algo se mueve en
Madrid.
Pero
ella
no faltará a la cita.
La muerte vestida de guerra fraticida. El absurdo totalizador,
Al
borde del sendero un día nos sentamos.
Ya nuestra vida es tiempo,
y nuestra sola cuita
son
las desesperantes posturas que tomamos
para aguardar...Mas Ella no
faltará a la cita
Eso
aprendí yo de su obra. En cuatro elementos
VERDAD (OBJETIVIDAD),
INTUICIÓN, TEMPORALIDAD y SENTIMENTALIDAD
se
concretaba todo.
El tránsito por estos cuatro elementos convertirá
su poesía en la poesía del tiempo
existencial
y el tiempo
histórico y
a usted (y a sus heterónimos) en algo más que un poeta: en un
pensador, en un filósofo
siempre
con el ánimo de trascender
en la búsqueda de la objetividad.
Una
búsqueda humilde de un hombre bueno. Esa es la razón, y no otra, de
mi identificación con su persona, don Antonio.
Nunca
perseguí la gloria
ni
dejar en la memoria de los hombres mi canción
Se
ha dicho que su muerte significó el verdadero fin de la la guerra.
Francia ya había reconocido el gobierno de Burgos y posponía la
ayuda a los que cruzaban la frontera invitándoles a darse media
vuelta. Mientras usted perdía su maleta con cuatro libros y algunos
apuntes camino de la frontera.
Le acompañan su madre y uno de
sus hermanos. Corpus Barga se encarga de llevarle en un coche. Habían
conseguido una carta para usted donde el Gobierno de la República se
comprometía a hacerse cargo de todos sus gastos. Le hubiera gustado
leer la estima que le tenía Corpus Barga. Relata con ternura su
llegada a Colliure:
“en
Colliure no tuvo más remedio que entrar a pie. Estaban arreglando el
suelo en la avenida de la estación. Pero él podía andar apoyado en
un bastón, arrastrando los pies más que de costumbre. El problema
estaba en su madre, la viejecita, porque el otro hijo cargó con el
equipaje. No era difícil la solución. La cogí en mis brazos,
pesaba como una niña y mientras la llevaba me susurraba en el oído;
“¿llegamos pronto a Sevilla?”
El
ofrecimiento del gobierno de la República para viajar a París calló
en saco roto. En París estaba el recuerdo de la enfermedad de
Leonor. La pensión Bunyol-Quintana en Colliure . Tener una camisa
limpia y otra secándose y compartirla con su hermano, haciendo
turnos para poder salir vestidos a la calle, nunca en el mismo
momento. La anécdota hermosa y triste que cuenta Corpus Barga en
sus memorias: la anciana enferma creyendo que vuelve a su tierra.
Pero todavía le quedarían fuerzas para ver morir a un hijo.
Usted
escribió aquello de “tengo la certeza de que el extranjero /
significaría para mi la muerte”. No se equivocaba.
Gracias,
don Antonio. Dejaré esta carta en el buzón que el escultor Manolo
Valiente pusiera para que no se pierda, con la lluvia, con el viento,
las cartas y homenajes que los visitantes han ido dejando, año tras
año, sobre su tumba.
Siento si le he aburrido relatando los pasajes de su vida que usted ya conoce por razones obvias. Espero, ya no le molesto más, tener el gusto de algún día
conocerle en persona.
Siempre
suyo,
Ventura
Camacho
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