07 marzo 2014

Carta 28.


CARTA A DON ANTONIO MACHADO




  Barcelona, 22 de febrero de 2014







Querido maestro;

y decir maestro referido a usted es referirse a varias de sus acepciones: Persona que enseña un arte, una ciencia, o un oficio, especialmente la que imparte el primer ciclo de enseñanza”, que en su caso sabemos que coincide con su dedicación a la enseñanza del francés, y por otro lado,aquella acepción que dice: “Persona que ha adquirido una gran sabiduría o experiencia en una materia”, y pienso que la materia podría ser no sólo la literatura sino lo que hay antes de la literatura y se me antoja imprescindible para esa recreación: la misma contemplación de la vida.





Escribo esta carta por admiración, por puro placer de conectar con su obra desde mi, por egoísmo, pero sobre todo por agradecimiento, por el regalo que su obra significa en mi concepción de la vida. 

En unos días estaré frente a su tumba de nuevo, vida/muerte, ajeno a las banales polémicas sobre si usted debiera estar enterrado donde está o devuelto a Madrid como defienden algunos. No entiendo bien por qué, en el supuesto de traer de vuelta sus restos mortales, debiera ser Madrid quien acogiera su reposo si quizás para usted el balcón a la eternidad estaría más cerca de Sevilla donde fuera infancia, de Soria, donde amara y fuera amado, o de Segovia donde volviera a amar esta vez sin tanto éxito. Uno debería morir y descansar donde amó la vida, esa es mi opinión al respecto, y sé que en Madrid usted también fue feliz y que nunca quiso salir de allí a pesar de la amenaza de la Guerra. Probablemente no sea para usted un problema que soliviante su descanso, convencido yo de que de donde no quiere que le arranquen es del mismo cielo donde ahora se encuentra con su querida madre y hermanos, con Leonor y donde antes de entrar, le dieran un tirón de orejas por algunas de sus dudas y reproches. En la puerta del Cielo alguien abrió un libro señalando algunos versos:

Señor, me cansa la vida
y el universo me ahoga.
Señor, me dejaste solo,
solo, con el mar a solas.

*
Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.

Pero era de entender, maestro, perdonable incluso la duda, el cuestionamiento. Uno nunca acaba de aprender a situarse frente a la muerte. Leonor enferma en París y nada se puede hacer por ella. Ese dolor inversamente proporcional al amor que sintiera por ella le lleva al vacío, la soledad es insostenible desde ahí:

Soledad,
sequedad.
Tan pobre me estoy quedando,
que ya ni siquiera estoy
conmigo, ni sé si voy
conmigo a solas viajando



Eso lo sabe San Pedro e imagino que Dios, a quien no tengo el gusto de conocer en persona. 


Recuerdo las palabras de Abel Martín recordadas por Juan de Mairena: Un Dios existente – decía mi maestro – sería algo terrible. ¡Qué Dios nos libre de él! Y el mismo Mairena anunciaba a sus alumnos el contenido de la lección del día siguiente: “La lección 29. “De la posible inexistencia de Dios”

He seguido su rastro geográfico, don Antonio, sus itinerarios vitales. Una identificación con su persona me ha llevado a seguir sus pasos por el país que defendiera con pasión y que años después, aquí en mi querida tierra catalana, en mi íntima Barcelona, en mi casa, fuera probablemente esa defensa, motivo para que Barcelona rechazara la participación de la ciudad en la Red de Ciudades Machadianas (integrada por Sevilla, Soria, Segovia, Baeza, Rocafort y Colliure).



Quizás no debería decirle esto, pero a mi me causa dolor que mi ciudad, por razones políticas obvias, no le de importancia a su paso por esta ciudad. Si bien en su biografía, haber vivido en Barcelona, en el Hotel Majestic del Passeig de Gràcia durante casi nueve meses no haya significado gran cosa, es un hecho relevante en mi opinión por su simbolismo, al ser el último lugar estable antes de verse obligado a salir de su país, de manera triste y dolorosa, junto con otros muchos catalanes, cruzar la frontera y morir en el intento. El primer paso hacia el desarraigo, un momento crucial en lo que todavía no se imaginaba sería el final de sus días. 




Las ciudades deberían ser agradecidas con sus habitantes, incluso con aquellos que están de paso. He rastreado los artículos que escribiera desde la habitación de ese hotel frente al que me detuve la otra noche a contemplarlo como si estuviera usted dentro, como si fuera a salir a tomar el fresco en cualquier momento. Le cuento con cierta amargura, que vi en televisión – imagino que alguien le habrá hablado ya de qué es eso de la televisión – que los dueños del Hotel han tenido la maravillosa idea de rebautizar con su nombre una de las suites del hotel. El dueño parecía orgulloso de que la minuta por dormir una noche alcance los mil trescientos euros a pesar de admitir que ni siquiera ésa era la habitación donde usted residiera, que la suya era más pequeña y modesta. Fantástico homenaje muy en su linea de pensamiento,¿ no cree, maestro? . Imagino la opinión que eso le merece. Probablemente alguna sorna haría justicia en su boca. Las cosas no han cambiado mucho por aquí ni por allá. Siguen vigentes, más que nunca sus versos:

Fue un tiempo de mentira, de infamia. A España toda,
la malherida España, de Carnaval vestida
nos la pusieron, pobre y escuálida y beoda,
para que no acertara la mano con la herida.

Muchos no sabrán que usted llego a publicar artículos en La Vanguardia y que los reuniera bajo el título de Desde el Mirador de la Guerra y donde cuenta cosas sobre la condición humana y la guerra. Dice usted cosas de mi tierra y su cultura que dicen mucho de usted y de su talante, se le nota cierta necesidad de agradecer a la ciudad que le acoge en su itinerario de huída.

En esta egregia Barcelona – hubiera dicho Mairena en nuestros días- perla del mar latino, y en los campos que la rodean y que yo me atrevo a llamar virgilianos, porque en ellos se da un perfecto equilibrio entre la obra de la Naturaleza y la del hombre, gusto de releer a Juan Maragall, a Mosén Cinto, a Ausias March, grandes poetas de ayer, u otros, grandes también de nuestros días.

Le pido disculpas en nombre de la incultura y la ceguera política, don Antonio. Entiéndalo, usted pronunció demasiado la palabra España y por aquí a nuestros gobernantes les incomoda un poco esa palabra. Probablemente no le hayan leído, como usted sí leyó a los grandes poetas catalanes, y no sean capaces de ver más allá de esa palabra y no sepan que una persona como usted, al margen de banderas, de idiomas, con su talento y su bondad, es una buena imagen para la ciudad, un ejemplo y una fuente de aprendizaje. No hay más ciego que el que no quiere ver. “¡Hay que vivir! . Es el grito de bandera, siempre que los hombres se deciden a matarse”, escribía usted. Esa fuera su bandera más importante. Si uno no cree en lo que limita ¿Dónde traza uno sus fronteras, querido don Antonio? Y usted me respondería:





Nunca traces tu frontera,
ni cuides de tu perfil:


todo eso es cosa de fuera.


Busca a tu complementario,
que marcha siempre contigo,
y suele ser tu contrario.

Permítame abrirle otra herida – sé que ésta no me lo perdonará – en Madrid rechazaron también la participación en esta red de ciudades machadianas todavía de forma más esperpéntica: alegando que “ya tienen muchos poetas”. Esto lo escuché en una mesa redonda de boca del Leocadio Marín, alcalde de Baeza, que todavía no se había sacudido el asombro. La estupidez es universal, don Antonio y me imagino que si conociera a la pléyade de facinerosos que gobiernan el Ayuntamiento de Madrid, no le sorprendería que nadie moviera un dedo por un republicano.





Rosa Regàs hablaba sobre usted con pasión hace unos días. Lamentaba que el Instituto Francés en Barcelona hiciera más por mantener viva su figura que muchas otras entidades nacionales, y se lamentaba de que no estuviera presente en la escuela. Una profesora entre el publico intervino para llevarle la contraria en este último aspecto y para dejar constancia de que sí se le estudia en las aulas.

Pero yo me pregunto cómo, don Antonio, basándome en mi propia experiencia. En mi caso no acabé de conocer la verdadera trascendencia de su obra hasta no cursar un doctorado en Granada pasados los treinta años. Pienso que si la vida no me hubiera llevado a Granada, todavía ignoraría la verdadera relevancia de su legado. ¿Cómo enseñamos nuestra cultura, maestro, cuándo estamos realmente preparados para entenderla?

Ahora cambio de tercio, que no quisiera parecer un cascarrabias, y atendiendo a sus palabras, “nosotros no hemos de incurrir en el error de tomarnos demasiado en serio”, me atreveré a no tomarme muy en serio ni a mi mismo ni a los demás y volveré a la narración de aquello que me une a usted, desatendiendo lo que me desune con los míos.

Le quería contar que estuve en aquel patio de Sevilla imaginando su infancia, alegrándome por la curiosa cifra de cien años que separan nuestros nacimientos, paseando por Triana, el barrio de su madre, el barrio de su infancia, sabiendo de su padre, don Antonio Machado Álvarez, Demófilo, conocido por ser el primer investigador del mundo del flamenco, el mismo barrio de su hermano Manuel, el gran desconocido y sin embargo igualmente talentoso.

Por aquellos años estuve también en Soria y recorrí el Duero hasta San Saturio, deteniéndome en la ribera para comprobar que “El Duero, corre, terso y mudo, mansamente” y levantar la mirada del libro y ver ese manso río y acordarme de Heráclito, tomar algunas notas, y aprender que yo tampoco sería nunca el mismo río.

cruzar el largo puente, y bajo las arcadas
de piedra ensombrecerse las aguas plateadas
del Duero.





En Soria el amor. 


Conmigo irás mientras proyecte sombra
mi cuerpo y quede a mi sandalia arena.
-¿Eres la sed o el agua en mi camino?

Usted no tiene por qué saber que yo conozco bien Baeza, que he visto los olivos fascinado, que he respirado el intenso olor a aceite, que he visto esa mezcla de ciudad castellana y andaluza y que conozco su belleza. Usted estaba demasiado triste para verla. Incapaz de ser feliz en Baeza, a ver como destacaba su alcalde, la belleza de la ciudad, usted tan dado a detenerse ante lo bello; el mar de olivo, como yo los vi, como yo pude ver la niebla cubrir ese manto verde y mezclarse con el olor penetrante del aceite, contemplar los cerros de Úbeda. Si que dejó por escrito el mar de olivos que la rodea:

Desde mi ventana,
¡campo de Baeza
a la luna clara!


*


Campo,campo, campo
Entre los olivos,
los cortijos blancos.
Y la encina negra,
a medio camino
de Úbeda a Baeza


*


Campo de Baeza
soñaré contigo


cuando no te vea



El recuerdo del amor perdido, probablemente la incredulidad, el rechazo, el enfado, la pena. Todas las etapas del llanto, siete años en Baeza, los días malos:


Los olivos grises,
los caminos blancos.
El sol ha sorbido
la calor del campo;
y hasta tu recuerdo
me lo va secando
este alma de polvo


de los días malos



Recuerdo con claridad el día que visité en Baeza el aula donde usted impartía clases, notando su presencia y la del mismo Federico García Lorca en su viaje de estudios. Federico, con quien le uniera una gran amistad, y a quien usted le dedicara un poema elegíaco “El crimen fue en Granada”, me llevara a mi a Granada donde podría por fin conocer su obra un poco más a fondo.





En Segovia estuve también. Una humilde pensión de maestro de escuela. Como en Baeza. Ya la herida curada, su corazón vuelve a latir. Guiomar, mujer casada, amor o juego. Sus viajes a Madrid. Todo avanza, la ciudad cambia a una velocidad imparable. La vieja Castilla del 98 ya no se canta. Jóvenes poetas publican nuevos versos: García Lorca, Alberti, Salinas, Guillén, Cernuda, la Residencia de Estudiantes, La Institución Libre de Enseñanza. Algo se mueve en Madrid.

Pero ella no faltará a la cita. La muerte vestida de guerra fraticida. El absurdo totalizador,





Al borde del sendero un día nos sentamos.

Ya nuestra vida es tiempo, y nuestra sola cuita


son las desesperantes posturas que tomamos


para aguardar...Mas Ella no faltará a la cita

Eso aprendí yo de su obra. En cuatro elementos 

VERDAD (OBJETIVIDAD), INTUICIÓN, TEMPORALIDAD y SENTIMENTALIDAD se concretaba todo. 

El tránsito por estos cuatro elementos convertirá su poesía en la poesía del tiempo existencial y el tiempo histórico y a usted (y a sus heterónimos) en algo más que un poeta: en un pensador, en un filósofo siempre con el ánimo de trascender en la búsqueda de la objetividad.
Una búsqueda humilde de un hombre bueno. Esa es la razón, y no otra, de mi identificación con su persona, don Antonio.





Nunca perseguí la gloria
ni dejar en la memoria de los hombres mi canción



Se ha dicho que su muerte significó el verdadero fin de la la guerra. Francia ya había reconocido el gobierno de Burgos y posponía la ayuda a los que cruzaban la frontera invitándoles a darse media vuelta. Mientras usted perdía su maleta con cuatro libros y algunos apuntes camino de la frontera. 



Le acompañan su madre y uno de sus hermanos. Corpus Barga se encarga de llevarle en un coche. Habían conseguido una carta para usted donde el Gobierno de la República se comprometía a hacerse cargo de todos sus gastos. Le hubiera gustado leer la estima que le tenía Corpus Barga. Relata con ternura su llegada a Colliure:



en Colliure no tuvo más remedio que entrar a pie. Estaban arreglando el suelo en la avenida de la estación. Pero él podía andar apoyado en un bastón, arrastrando los pies más que de costumbre. El problema estaba en su madre, la viejecita, porque el otro hijo cargó con el equipaje. No era difícil la solución. La cogí en mis brazos, pesaba como una niña y mientras la llevaba me susurraba en el oído; “¿llegamos pronto a Sevilla?”

El ofrecimiento del gobierno de la República para viajar a París calló en saco roto. En París estaba el recuerdo de la enfermedad de Leonor. La pensión Bunyol-Quintana en Colliure . Tener una camisa limpia y otra secándose y compartirla con su hermano, haciendo turnos para poder salir vestidos a la calle, nunca en el mismo momento. La anécdota hermosa y triste que cuenta Corpus Barga en sus memorias: la anciana enferma creyendo que vuelve a su tierra. Pero todavía le quedarían fuerzas para ver morir a un hijo.

Usted escribió aquello de “tengo la certeza de que el extranjero / significaría para mi la muerte”. No se equivocaba.





Gracias, don Antonio. Dejaré esta carta en el buzón que el escultor Manolo Valiente pusiera para que no se pierda, con la lluvia, con el viento, las cartas y homenajes que los visitantes han ido dejando, año tras año, sobre su tumba.


Siento si le he aburrido relatando los pasajes de su vida que usted ya conoce por razones obvias.  Espero, ya no le molesto más, tener el gusto de algún día conocerle en persona.



Siempre suyo,



Ventura Camacho

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