15 noviembre 2009

Carta 21.

Querido Ventura:

Amigo, estuve una semana en Murcia, trabajando y sin ordenador más que 30 minutos desde el hotel donde me alojaba. Así que tarde un poco en tener serenidad para saludarte.

Es la carta, siempre, ese abrazo inacabable, esa posibilidad de recibir y acoger al mejor tú, de darse desde lo pertinaz del otro, ese otro que es tu-yo, y su-yo. No juego con las palabras, me expongo, quizá torpemente, desde el comienzo, con una deuda de gratitud hacia ti.

Recibo tu carta y la leo. Dejo que repose. Sigo en otros asuntos y vuelvo a ella. Sigue cálida la tinta, tiznandonos mutuamente.

Sabes de mi lo poco que pude y supe decir en la entrevista con Mario, Pepe y Oscar, en la que yo acompañaba por complicidad a Quique Falcón, verdadero protagonista o casi, porque era la poesía en la forma de La Marcha de los 150.000.000 la invitada y la que dio buena cuenta de esa hora entrañable con los mago-poetas soperos.

Poco importa quien soy, pero ese poco se dice pronto, no hay secreto, no hay misterio. Viktor es una persona muy corriente, empleado de banca y poeta, padre de familia y vecino de Valencia, animador cultural y voluntario en el Casal de la Pau (ahora llevo dos meses sin ir y estoy jodido).

Mi poesía quiere ser dialógica. Palabra dada, que se expone, desde un temblor por las orfandades y por los sufrimientos, también por la íntima sospecha de que amar, convivir, resistir y escribir son una sola manera de ser, de mirar el mundo, de andar por él y ser parte ínfima pero insumisa en la gran farándula del presente herido.

Por carta suelo hablar de todo y nada, de los detalles y también de las dudas, de complicidades, de miedos y de esperanzas, de alegrías y también de fracasos. Con amigos, igual me importa contarles el tiempo y lo que hice en una rutinilla cualquiera como reflexionar sobre un verso de Paul Celan, Miguel Hernández o Eduardo Milán.

Creo que hay que cuidar las amistades y las cartas ayudan, en el trasiego y prisas de la ahoridad, tan tristemente emboscada en quehaceres improductivos para la fraternidad o excesivamente productivos para la sociedad de mercado y rentabilidad económica.

Las cartas que recibo y las que envío ayudan a mantener los vínculos. Eso que Ángel Calle nos insta a acrecentar y fortalecer frente a una cultura de la individualidad exasperante, enajenada y narcotizada.

La poesía, las cartas, el tomar unos vinos, el ir juntos a una manifestación o al cine, el acompañar en la resistencia a los que reclaman "Pobreza cero". Todo eso es mi vida ahora, lo que me alimenta el espíritu.

La amistad, "El río de los amigos" de los que habla Rafa Saravia parafraseando al ínclito Antonio Gamoneda, es crucial para mi día a día.

Las buenas re-lecturas, de los maestros, Celan, Jabès, Ajmatova, Holan, Dalton, Lorca, Pizarnik, Paz, Varela, Rimbaud, Núñez, Mandelstam, Wang Wei, etc., son cartas, son propicias escrituras para con-versar desde el interior de uno con el uno que vive, ese poema a poema por el que uno tiene una experiencia ampliada de la existencia propia y del mundo.

Mi mujer, Juani, mis hijos, son otro mundo en el mundo,comunicado, comunicante, también a veces, refugio, trinchera.

Me preguntas por la valencia en llamas desde la que una hecatombe de artistas y poetas resisten la hegemonia de una cultura masiva bajo el espectro del pensamiento único y la pseudo-cultura kitsch. Y eso requiere otra carta, que te participaré pronto.

Lo cierto es que hay bastantes poetas y pintores y artistas en Valencia que al menos están de acuerdo en una cosa, aunque luego cada uno se resuelva y manifieste de singular y heterogenea manera:

No nos domesticarán facilmente.
En derrota puede, pero no en doma,
se puede decir parafraseando ahora a otro grande, Claudio Rodríguez.

Un abrazo grande, compa.

Pronto te cuento lo de Valencia en llamas...

Cuidate bueno,

Tu Víktor

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