16 febrero 2009

Carta 15.

Córdoba, a 15 de febrero de 2008


Querido Ventu:

Como te dije en el asalto radiofónico del otro día (malditos soperos, a traición), «lo semejante conoce a lo semejante». En nuestro caso, las afinidades se remontan incluso a la cuna y a nuestra condición común de emigrados catalanes y exiliados granadinos (en parte voluntaria, todo hay que decirlo). Tal vez por eso nuestra lectura en el Carmen de la Victoria tenía ese sello de las cosas que tienen que suceder tarde o temprano. Para ti cobraba además la trascendencia de un fin de etapa, un carpetazo, un giro, esos momentos en que se termina de subir una escalera y, como decía Cortázar, tenemos que ajustarla de un taconazo antes de salir de ella. Y es bueno que tengamos horas con las que señalizar los giros de nuestras vidas, taconazos (de los tuyos, que eres tan flamenco). Si yo formo parte de una de esas horas en tu vida, me sentiré feliz y agradecido.
Me preguntas en qué ando. Recordarás aquella frase de nuestro admirado John Lennon: «La vida es lo que nos pasa mientras estamos haciendo otros planes» (Beatiful boy, me enviaste una versión estupenda). Mis libros son los planes que yo hago mientras Julia crece y empieza a hacerse preguntas como «dónde viven los lobos» o «por qué no para de llover». Ya sabes que mi vida es monacal, me provoca una enorme pereza salir de esa batalla cotidiana con el teclado. A lo mejor escribir es, en el fondo, una manera como otra cualquiera de estar solo. Este año me llaman de aquí y de allá, como si todos se hubieran vuelto locos, y tengo que administrar los «noes» porque, de lo contrario, mis clases se verían muy perjudicadas, y mis libros, ni te cuento… Qué diferente es escribir y publicar, tú lo sabrás bien.
Por otra parte, no imaginas cuánto me reconforta que Boxeo sobre hielo viajara contigo a Menorca. Nunca dejará de fascinarme la extraña forma de intimidad que se establece entre el autor y el lector, desigual, asimétrica. Tras haber leído Boxeo…, tú sabes más de mí que yo de ti. Aunque leí tus libros, como bien sabes, con idéntico afecto, y creo que en su laberinto respiraba Ventura aquí y allá. Aquí tengo, precisamente, tu plaquette Pedagogía del adiós. Tal vez puedas enseñarnos algo sobre el adiós, tú que acostumbras a salir de las escaleras de tu vida con esos taconazos geniales. Ya me explicarás cómo lo haces cuando volvamos a vernos; que tenemos que hablar de tantas cosas, compañero del alma…

Recibe un abrazo.

Mario

p.d.: Ponme a los pies de Eli y de esos soperos que, sin ser andaluces, son, como en aquellos versos de Lorca, claros y ricos de aventura.

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