El amor en Salinas va siempre acompañado de cientos de cartas, que calman la sed del tiempo, que descubren el olor de la distancia, que llevan la huella del viaje, y al abrirlas traen la alegría del reencuentro, imaginario, resignado, la alegría de lo insuficiente. Viene de lejos la fascinación de Salinas por las cartas: “Cuando niño”, comenta Salinas a Margarita, “soñaba en meterme en una carta y recorrer el mundo”. Esta afición epistolar, apunta Marichal, le llevará incluso a escribir un largo ensayo titulado “Defensa de la carta misiva y de la correspondencia epistolar”, publicado en El defensor, en 1948 [1]. Cuatro años antes, dentro de su conferencia Defensa del lenguaje, que leería en la Universidad de Puerto Rico el 24 de mayo de 1944, Salinas dedicaría un breve apartado al lenguaje epistolar:
La carta es flor del tiempo sin apremio (…) Brinda un curiosísimo ejemplo de encuentro de dos tipos de lenguaje, el familiar y el literario (…) Sin la alteza de mira de la pura creación artística, lleva, sin embargo, en su propósito una aspiración a superar el nivel del simple lenguaje informativo y práctico[2].
En Salinas, el acto de escribir cartas va más allá del emisario, convirtiéndose en una manera de tomar conciencia de uno mismo: “El que escribe empieza a sentirse viviendo allí, se reconoce en estos vocablos”, dirá. Porque para Salinas escribir es decir, es vivir, en un diálogo vital con la amada. En carta a Katherine Whitmore escribiría: “Vivía yo en ese rectángulo de papel. Era el lugar más cierto del mundo”[3]. La separación entre los amantes obliga a un esfuerzo imaginativo, de ensoñación de un “mundo no vivido por él”, que, como destaca Marichal, “será una de las características de su poesía[4]. Salinas de Marichal añade:
Hay además, en este ejercicio epistolar, un don compensatorio de la nostalgia: el de la ubicuidad del ánimo, es decir, la posibilidad de “asistir con nuestra alma, acá, donde estamos, y allá, donde otra persona de nuestro afecto nos lee los pensamientos.
Hay además, en este ejercicio epistolar, un don compensatorio de la nostalgia: el de la ubicuidad del ánimo, es decir, la posibilidad de “asistir con nuestra alma, acá, donde estamos, y allá, donde otra persona de nuestro afecto nos lee los pensamientos.
[Ventura Camacho]
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[1] Cartas de amor a Margarita. Pág.14
[2] Salinas, Pedro, Defensa del lenguaje, Pág.62
[3] Cartas a Katherine Whitmore, Págs. 41-42
[4] Cartas de amor a Margarita. Pág.15
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